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Columnas / la tribu

Platillos volantes

Estoy seguro de que los extraterrestres, si atacaran, lo salvarían a él y a sus discípulos, entre los que yo estaba

Día 12/01/2011 - 21.37h
Si viviera, puedo imaginar cómo hubiera aparecido por mi casa, con la hoja del periódico en la mano, alarmándome. «¡A ver si ahora dicen también que son inventos míos las luces redondas y de fuego que vi la noche aquella alrededor de la torre de la iglesia!». Hubiera venido con la información como quien encuentra la prueba de un misterio que sólo él conoce. Esto de que algunos científicos hayan exigido a la ONU que adopte medidas que nos puedan defender de un posible ataque extraterrestre, a mi amigo le hubiese dado ya el último toque para que rematara su exagerada imaginación, su fantasía más allá del conocimiento diario de la gente corriente. Si fue capaz, sin haber visto nada —estoy convencido de que jamás viste nada, Ignacio—, de organizar jornadas de paseos veraniegos a los descampados y a los cerros desde los que se divisa la cama del sol, ¿qué no hubiera hecho, Dios mío, de haber leído esta noticia uno de aquellos días en los que salía al campo convencido de que echaría un cigarro con un marciano?
El más allá era su obsesión, el misterio del celeste vacío, la otra orilla de la vida. Por eso, cuando hablábamos, se inventaba que le habían dicho que los extraterrestres, en no sé qué país, habían abducido a un paisano de sesenta años —su sueño era vivir sin envejecer— y lo habían devuelto a la Tierra con cuarenta años menos, que quienes lo vieron, compararon su imagen con una fotografía de cuando tenía veinte años, y era idéntico: «Dicen que lo devolvieron a la Tierra con la misma ropa que tenía en sus veinte años». Decía esto y soltaba una carcajada que sólo entendíamos los íntimos. Y añadía para los ajenos: «Es que si a mí me abdujeran, me pasaría lo mismo, porque yo creo que esta ropa que llevo es la misma que tenía con veinte años». Bien ganada fama de poco visitador de roperos de lujo y de espacios con loza y grifería. Habría que haberlo visto. Lo imagino, tras este ruego de los científicos, corriendo de casa en casa haciendo campaña apocalíptica y convidando a rezar y a organizar rezos de rosarios para que nos salváramos. Sé lo que haría, lo que diría, lo que urdiría, lo que inventaría, con tal de convertir las noches —como hizo siempre— en el mágico relato de un portento de la narrativa de mesa camilla y poyete. Me encantaría que viviera, entre otras cosas, porque estoy seguro de que los extraterrestres, si atacaran, lo salvarían a él y a sus discípulos, entre los que yo estaba. En cierta medida, él era un extraterrestre. Un bendito extraterrestre que habitaba la galaxia de su fantasía.
barbeito@abc.es
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